“En un contexto de expansión del capitalismo, la deuda ha servido para imponer austeridad social, privatizar los medios de reproducción y para intensificar el mecanismo de dominación (…), pero también ha funcionado como una especie de ayuda mutua, un sistema por el cual las comunidades hacían circular sus recursos limitados entre los que más los necesitaban”

Silvia Federici

 

Desde la comisión feminista nos hemos propuesto compartir unas reflexiones sobre dos conceptos que tratamos a diario: las finanzas y la deuda.

La mayoría de los estudios y reivindicaciones relacionados con la deuda, se centran en el plano macroeconómico. Pero, ¿es posible abordar la deuda desde lo cotidiano y con una mirada feminista? No solo es posible, sino que es necesario.

La crisis de 2008 aceleró la transición del wellfare al debtfare. Esto es, pasar de una economía del bienestar a una economía de la deuda, que afecta a las partidas más sensibles para las mujeres, como son la sanidad, la educación y la dependencia.

A escala macro, la deuda externa es el pretexto del Banco Mundial y el FMI, para imponer Programas de Ajustes Estructurales, que se traducen en recortes drásticos en las estructuras dedicadas a la reproducción social y fomentan la privatización de lo público.

En el norte global, mientras los salarios reales están cayendo y el empleo se precariza, la necesidad de pedir prestado para asegurarse la propia subsistencia se intensifica. La demanda de créditos dedicados a financiar educación, sanidad y consumo son cada día más habituales.

Asimismo, el endeudamiento masivo facilita encontrar salida a la sobreproducción, y las economías periféricas se convierten en territorios atractivos para el capital, siendo el sector financiero de lo más rentable.

La expansión de la deuda también acentúa las desigualdades sociales. Mientras que las personas con patrimonio se endeudan para mejorar sus activos y generar más riqueza, los hogares más pobres lo hacen para hacer frente a sus gastos cotidianos. El género, además, constituye un factor que condiciona tanto las oportunidades como la capacidad financiera de las mujeres, especialmente debido a la brecha salarial y otras situaciones derivadas de la feminización de la pobreza.

Ante la profundización de esta economía de la deuda, las estructuras de finanzas éticas —como Coop57— intentan escapar de esta lógica de reproducción de desigualdades. El crédito se pone al servicio de la transformación social, con una economía subordinada a las personas y arraigada al territorio.

Un ejemplo de ello son los avales mancomunados, que constituyen la principal herramienta de garantía de Coop57 y funcionan gracias al compromiso de la base social del proyecto. La fortaleza de su base social se transforma en músculo económico. El capital social de las entidades se convierte en capital económico, posibilitando el acceso a financiación a entidades que, en un inicio, cuentan con escasos recursos.

Cuando los mecanismos de garantía financiera no van ligados a aquello históricamente masculinizado como el patrimonio y el poder financiero, sino que responde a mecanismos de solidaridad y apoyo mutuo, la respuesta es muy distinta. En Coop57 los avales mancomunados tienen un rostro mayoritariamente femenino demostrando que planteamientos distintos generan resultados diferentes.

Frente a los mecanismos financieros que, intencionadamente, son cada vez más sofisticados e incomprensibles para el común de la población, desde Coop57 reivindicamos la transparencia, la equidad, la autogestión y la participación directa en la toma de decisiones. En definitiva, el apoyo mutuo basado en la confianza entre iguales.

Comisión feminista Coop57

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